martes, 1 de febrero de 2011

A False Reality

¿Cuánto es el tiempo que debes esperar para ver a tu estrella favorita? Mucho, poco, demasiado tal vez. A veces ni siquiera piensas que pueda ser posible. En mi caso, mucho tiempo pasó hasta que al fin pudiera estar a metros de él, incluso milímetros. Pero esto pasa cuando en verdad tienes las ganas de que ocurra en tu vida, cuando en verdad deseas eso con toda tu pasión, corazón y fe. Pasa cuando nadie interviene en tus pensamientos, cuando nada los hace cambiar. Fue así como siempre me mantuve: cerrada a opiniones ajenas, las cuales me harían caer, me harían dejar de creer. Has oído alguna ves: “Palabras necias, oídos sordos”… bueno así tomé esa frase con toda mi fuerza hasta hoy. ¡Y como funciona!

Era día lunes por la noche, hacía frío y me encontraba en Francia. Claro, una chica como yo con quince años en Francia no parece tan cuerdo, pero es que cuando quiere hacer un cambio y tienes la posibilidad lo haces. ¿Por qué no? Como sea, entré a ese gran estudio que se encontraba en la calle Rue de cheville, famosa por vivir de espectáculos televisivos. Una vez adentro me senté. Era un lugar con gran espacio, en el frente había un gran escenario bien adornado con focos de luz el cual iluminaban a la persona que se encontrase allí. Frente al escenario en donde se presentan grandes famosos, están los asientos para el público, el cual formaba parte de él. Los asientos de distribuían en tres hileras: las que quedaban a los rincones eran de dos asientos mientras que la única y más grande hilera que se encontraba en el medio era de cuatro asientos.

Yo me senté en la que quedaba al rincón, la que estaba a la derecha para ser precisa (Viéndolo como lo vería una persona parada en el escenario). Llegué hasta el último de la fila que daba al pasillo de aquella hilera, me acomodé y entre fans, alocadas, gritonas, con carteles y cámaras esperé a que el show empezara.

- ¡Bienvenidos a nuestro programa del día de hoy! – comenzó diciendo un hombre que entró rápidamente, casi trotando diría yo, al escenario. Llevaba unas tarjetas en la mano, las cuales dejó encima de una pequeña mesa que se encontraba allí, junto con otros dos sillones de tres cuerpos, de un color amarillo más oscuro.

Se presentó, saludó, y a continuación, nombró a algunos famosos para que entraran al escenario. Luego de haber escuchado esas aburridas conversaciones (al menos para mí lo fueron) el presentador dijo al fin el nombre de aquel ser humano, de aquel hombre el cual yo amo, ese famoso cantante el cual deseaba ver yo, tan cerca de mí, hace tanto tiempo.

- … ¡Es Bill Kaulitz! – al decir esto, un griterío enorme se formó en todo el estudio. Fue gigante, espeluznante, un montón de chicas gritando como locas, como si el mundo fuera acabarse de no hacer esta acción, como si estuvieran pariendo o simplemente como si estuvieran en un gran aprieto sin poder salir y el grito que mandan es de desesperación. Y claro, era de desesperación, las chicas lo único que querían era tocarlo, abrazarlo, besarlo quizás, y el saber de que en verdad no pueden hacerlo, les causa una sensación de la cual se desahogan gritando.

Bill salió, con su apariencia actual de siempre: su mohicano, sus pantalones negros apretados, sus botas, su chaqueta de cuero, particular por tener las mangas remangadas, collares y brazaletes. Su apariencia, tan hermosa como siempre.

Mis ganas de abrazarlo eran inmensas, sin embargo, no me encontraba en la misma situación que las demás chicas a mí alrededor. El show comenzó. Bill se encontraba al lado de otros hombres famosos, los cuales ningún rostro era reconocido por mi mente. Después de algunas preguntas, esas que son las típicas, comenzó, al perecer, un especie de juego. La cosa era que todos los famosos incluido Bill, que estaban allí debían ponerse una camiseta, estas como las que ocupan los jóvenes en sus colegios cuando juegan algún partido de fútbol, basketball o lo que sea. La de Bill era de un color amarillo, y si mal no recuerdo, llevaba el número ocho en su pecho. El juego comenzó: eran distintas pruebas para cada uno. Los famosos iban realizando las actividades. Hasta que llegó el turno de Bill.

- Debes saludar y darle un abrazo a todas las fans que están en toda esta hilera – dijo señalando la hilera en la cual yo estaba. Mi sonrisa aumentó de un segundo a otro. Moría por recibir ese abrazo, tan cálido, tan suave de Bill. Mis ganas aumentaban y mientras él se acercaba mi entusiasmo era aun mayor. También debo decir que mis nervios empezaron a surgir, pero traté de controlarlos, como si todo fuera normal.

Bill ya estaba aquí, bien cerca de mío, sólo una chica más y ya. Se acercó a mi y me abrazó.

- Oh Bill Hola! – le saludé alegre y entusiasta.

- Hola – me dijo con su sonrisa mas hermosa que habría podido tener.

- ¿Cómo estás? – le pregunté, curiosamente, mi saludo fue el más largo. Me explico: a cada fan le dio sólo un abrazo y ya. En cuanto a mí, me habló saludó y abrazó.

- Bien! – Me dijo sin borrar esa sonrisa de su hermoso rostro, se sentó en un asiento que, por arte de magia al parecer estaba allí – mira – me dijo mientras tiraba de la manga izquierda de su chaqueta hacia atrás, como para mostrarme algo de su muñeca, de hecho, eso era lo que quería hacer. Al hacerlo, pude ver su perfecto tatuaje que tiene ahí en su antebrazo. Una vez remangada la manga de la chaqueta me mostró una pulsera de color blanco con verde pálido, muy simple.

- Mira, aun tengo la pulsera que me diste – me dijo mostrándome su muñeca con una sonrisa de esas que provocan ternura en una persona. Al verla, recuerdo haber estado totalmente feliz, emocionada, por el hecho de que Bill la tuviera ahí puesta en su hermosa muñeca.

- Oh Bill! ... Que bueno!, pero si no quieres llevarla la puedes guardar – le dije sin recordar la razón.

Bill me sonrió y se levantó de su asiento. Nos abrazamos como despidiéndonos, muy apegados uno del otro. En ese momento, aprovechando que mi rostro quedaba junto con el de Bill, bien apegado, le dije en susurro.

- Bill, Te amo.

- Yo también – me respondió, pero de la manera como le dice a cualquier fan, quizás pensaba que yo lo amaba de esa manera, pero claro, estaba en un error.

- No, enserio. Yo te amo más que a mi vida, eres todo para mí, vales más que todo lo que tengo, yo daría cualquier cosa por estar contigo, eres totalmente importante para mí, eres lo único que existe en mi vida… - Todas estas frases salieron sin vuelta atrás desde lo más profundo de mi corazón, con toda la sinceridad que pude haber expresado jamás y con toda mi pasión y sentimiento. Al escuchar esto, Bill quedó atónito, que se separó de mi cuerpo, apoyando sus manos en mis brazos. Nos miramos, no por más de cinco segundos. Nuestras miradas no eran vacías, transmitían todo tipo de sentimientos y cosas sin explicación. Cosas que sólo eres capaz de explicarte a ti mismo, ya que sabes de lo que hablas. Nuestras miradas eran tan profundas, tan únicas, que pareciera que éramos los únicos ahí parados en ese estudio, que por cierto, estaba todo en vivo. No lo noté, pero quizás, deduciendo, había gente mirándonos extrañamente.

Luego de aquellos cinco segundos, los cuales fueron hermosos y llenos de sentimientos locos, ambos nos abalanzamos al otro, juntando nuestros labios. Eran como imanes, aquellos que difícilmente puedes separar. Nos besamos ahí en medio de todo, era un beso lleno de pasión, aquella que estaba guardada durante años. Nuestros besos eran más abundantes, largos y calurosos. Hasta que algo nos hizo detenernos. Algo hizo detenerme.

- Camila... hija despierta…